martes, 11 de febrero de 2014

EL ELOCUENTE SILENCIO

EL ELOCUENTE SILENCIO.



«El silencio es oro; la palabra, plata», reza el adagio. Y es así. Por eso el silencio es elocuente y habla con mil palabras, porque, él, las contiene todas. Estalla con mil significados, susurra a los oídos levemente, preña los espacios de posibilidades no dichas, pero aún por decir, y, como tales, infinitas. Pero, hete que el silencio viene y se concreta cuando se habla: se convierte en modulación precisa, tono, énfasis. Aun así se mantiene cierta cualidad, cierta armonía, pues la palabra aletea en los aires, viva, puebla los espacios todavía ignotos y los abre al significado, a la comunicación; la palabra queda trascendida por sí misma. Pero la palabra se petrifica cuando se la escribe; así, constreñida ahora en los límites de la grafía pierde cualidad, esto es, posibilidad de significados, apertura. Cuesta entonces darle vuelo, posibilidad de sugerencia, amplitud; el poeta —el poeta— entonces se debate con las metáforas o metonimias, los oxímoron, los pleonasmos, y su labor es esforzada y terrible, porque rasca en el vano de la materialidad un punto de apoyo con el que poder trascender la palabra. ¿Y después? Los significados ya no quedan apuntados siquiera con el gesto, pues la palabra se devalúa cuando se reescribe, se repite, se amontona, se suma una a la otra, se confunde; de esta forma, convertida en linealidad sin resquicio o fondo; convertida en peso, masa, última excrecencia, finalmente, la palabra se oxida o enmohece. Sin abusos se podría concluir, por consiguiente, que un libro es bronce, y cualquier medio de comunicación adocenado, un periódico, por ejemplo, hierro.
Dicho lo anterior, cuando a una demanda se le da la callada por respuesta, resulta fácil discernir lo que hay detrás. El silencio sigue siendo algo sumamente elocuente.


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                                       Jesús Cánovas Martínez©