jueves, 31 de julio de 2014

DE AMICITIA (parte 1ª)


DE AMICITIA (parte 1ª) 



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Entre los pocos amigos que nos invitan a su casa se encuentran Ana y Pepe. Ana es profesora como yo, aunque no ejerce en mi instituto. Nos conocimos hace años en un encuentro de poesía en el que leímos los dos y los dos tuvimos que soportar a cierto personaje afamado en ese hábitat; las gracietas a trasmano del individuo en cuestión y los comentarios soterrados que hicimos de las mismas fueron el detonante de nuestra amistad. Pepe, su marido, es asesor fiscal y tiene por diversión acompañar a Ana en recitales y actos de este tipo. Los veranos, cuando en el periodo vacacional residimos en Cabo de Palos, nos vemos a menudo; ellos viven en el camino de Las Barracas, en Los Belones. En invierno solemos reunirnos los fines de semana, tomar algo juntos y pasear, pues a Blanca y a mí nos gusta dejar el tráfago de Murcia y buscar el asueto en la tranquilidad del Cabo. Nuestra hija adolescente, en esas fechas de invierno, no nos acompaña; tiene su peña de amigos en Murcia y prefiere salir con ellos. Venimos solos y nos juntamos con Ana y Pepe. Ellos también tienen una hija única, un poco mayor que la nuestra, muy aplicada y muy guapa, que estudia Económicas; saca unas notas excelentes, así que, cuando no sale con su novio formal, los fines de semana se los pasa estudiando. Cuento lo precedente para dejar claro que nuestros amigos, al igual que nosotros, están eximidos hasta cierto punto de las servidumbres de la crianza. Por eso, libres de las ataduras de nuestras hijas podemos vernos y hablar de nuestras cosas, salir a dar un paseo, ir a algún espectáculo o tomar una copa. Hoy es el santo de Ana y la llamamos por teléfono para felicitarla.
—Ana, felicidades —dice Blanca.
Y luego hablan de sus cosas. Yo quería haberla felicitado también. No he tenido brecha, y me siento algo marginado.
—Dile que de mi parte—susurro a la oreja de Blanca.
—¿Has oído, Ana? Y también felicidades de Jesús —se encara con el auricular.
—Ana dice que gracias —me comunica Blanca ladeándose un poco del aparato.
No hacía falta, estoy suficientemente cerca para oírlo. Me despego a continuación de Blanca, las dejo que hablen a gusto y me voy a mi despacho a pelear con unos folios en blanco. Como estoy de vacaciones ando hecho un mandilón y rondo por la casa de un lado para otro.
No tengo ideas que escribir. A pesar del tiempo de que dispongo me encuentro en sequía; no se me ocurre nada. Así que poco después me dirijo a la cocina. Blanca navega entre un mar de cacerolas.
—¿Qué vas a hacer de comer?
—Cocido
—¡Bah!
—Si el señor quiere otra comida, hay cerca un restaurante.
No insisto, y derivo la conversación hacia otros derroteros más lúdicos.
—¿Qué dice Ana?
—Que nos invita esta noche a cenar. Ha invitado también a Paco y Encarna. Vamos a cenar los tres matrimonios juntos.
—¿Paco y Encarna?
—Sí, tú los conoces; Encarna tiene una tienda de telas en El Algar y Paco es su marido —explica Blanca—. Creo que los conoces, has debido de verlos alguna vez —insiste.
—De Encarna te he oído hablar, y de Paco… —me quedo pensativo unos momentos— ¿No fue aquél que el año pasado, cuando la mariconada esa de la batalla de cartagineses y romanos, nos presentó Ana?
—El mismo.
—¡Ya!
Doy otro golpe de timón a la conversación. La derivo hacia cuestiones urgentes.
—¿Le has preguntado por el vino que debemos llevar?
—No, pero luego la llamo.
—Dímelo cuando lo sepas, para que ponga en el frigorífico blanco o tinto, o los dos.

(continuará...)

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                              Jesús Cánovas Martínez©

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