domingo, 22 de febrero de 2015

FONDO DE VOCES



FONDO DE VOCES



¿Cuál es tu Dragón?

Ante fáciles días,
en juego
te ofreceré
las copas de mi muerte.

El misterio es mi miedo
y la inocencia en la medida
escueta del dolor.
Arden mis ojos
y mi vida y mis labios
en címbalos y límites
que no quiero.
Aprietan mi razón
ritmo y naufragio
de olvido,
hasta el justo
poder de tus ojos
en azul,
definitivamente.

Con sueño,
dame tu mano,
potestad del aire.
Ante el mar de perros,
red
última del cazador,
noche de peste funesta
en la que alzas
voces
y cáliz en fondo
de cruces y espejos.

Duermo penumbras
del silencio,
sediento camino ciego
en los ámbitos y columnas
que no soslayo.
Acto en defunción
de ojos.
Me pierdo.
Copa, callejón
sin dónde,
inextinguible y radical,
que aduerme
ilusión de cosas en murmullo.

Beata quietud
profunda enluta
atisbo
y descontento.
Doblaré la rodilla
en súplica,
y pediré en tinieblas,
porque consume la muerte
mis caricias
y afán.

En lo que dejas
arden mis ojos
fondo de voces.


Del libro Kyrie Eleison

Jesús Cánovas Martínez©

viernes, 13 de febrero de 2015

SAN VALENTÍN, UN POEMA Y UNAS ROSAS

SAN VALENTÍN, UN POEMA Y UNAS ROSAS

                                      

A Mª José.

Te quiero, toda tú como eres, vuelo;
aquí en mi libro, tú, toda del aire.
Toda del vuelo tuyo de tus ojos
sobre la sola noche de mi sangre.

Como eres niña de luces y palomas
te alzo detrás del mundo, yo, sin nadie;
en páginas de ti, confusa, niña,
desnuda tuya azul sobre los aires.

Todo de ti, palomas de tu nombre;
transparencias  del cielo de sonrisas
tan tuyas de tus vuelos en la tarde.

Mi libro se alborota de palomas,
nombres, palabras, números que giran;
tú, blanca en tu balcón, y esperándome.


                    Y desde entonces no se me ha caído el anillo...


Del libro “A la desnuda vida creciente de la nada.”

Jesús Cánovas Martínez©

lunes, 9 de febrero de 2015

REPASO A LA SITUACIÓN (2ª parte)

En esta segunda parte de Repaso a la situación, se pasa revista a la producción poética, siempre en vista panorámica, desde los años 80 del siglo pasado hasta acá. Muta la estética, pero también la ética...


REPASO A LA SITUACIÓN (II)


2

Y llegamos a los ochenta, la otra década prodigiosa. ¿Se acera la crítica hacia una poesía que no atienda a remover las conciencias de cara a una praxis social? No, nada de eso; algo ha cambiado en la sociedad, y los nuevos poetas, como radares alertas de lo social, pronto lo detectan: remitiendo la marea política y, sobre todo, con el Partido Socialista en el poder, ¿acaso hay necesidad?
De este modo comienzan a estar claras, por lo menos, dos cosas:
Primera, en la recién inaugurada sociedad democrática, hay otros foros mejor cualificados que el poético en donde expresar la crítica y la protesta; el discurso poético, si se me permite hablar así, cede su lugar al discurso político que es al que en propiedad conviene tal función.
Segunda, se siente que sería absurdo insistir en tal cometido cuando se constata que el poder de convocatoria de los poetas se reduce a mínimos.
Pero, aún hay más, ¿es la denuncia, realmente, función de la poesía? Imposibilitado el retorno hacia las estéticas de las generaciones anteriores, tanto a la de los Novísimos, la que rechazan por su pomposa y vacua fatuidad (en conversación relativamente reciente, un conocido poeta de la experiencia me confesaba que “hoy, los Novísimos no resisten una segunda lectura”), como a la de los poetas del cuarenta y cincuenta, de la que no pueden admitir su excesivo prosaísmo, sus incorrecciones formales y la futilidad panfletaria en la que termina degenerando, queda una única salida, al parecer: la apuesta por una nueva sentimentalidad.
Qué sea esta nueva sentimentalidad, a mí a veces se me escapa. García Montero rescata a Gil de Biedma y propone, en rechazo a la estética de los poetas inmediatamente anteriores, una especie de puente o camino intermedio entre el intimismo de la conciencia y el compromiso con la colectividad; los poemas pasan a ser expresiones de la vida del poeta, y con ellos se trata de despertar, incluso de provocar o producir en la memoria del lector experiencias análogas a las que en él se relatan y el poeta ha registrado. El caso es que la nueva oleada de poetas adquiere el designativo de poesía de la experiencia. En la búsqueda del equilibrio inteligencia/emoción, no pretenden grandielocuencias plásticas, ni hacen del lenguaje el propio objeto poético, como ocurría con los Novísimos; por el contrario, optan por las formas narrativas y la sencillez expresiva, aunque con cargas de fondo elaboradas, en las que el lector poco a poco, en concomitancia con la trama argumental del poema, queda preso de una atmósfera. La emoción fluye serena, las más de las veces sin aspavientos y con corrección formal; y prefieren el coloquialismo, el acercamiento a la cotidianeidad y la complicidad con el lector. Expresan de esta forma la vida, eso pretenden. La musa puede, por tanto, pasear con vaqueros en el Diario Cómplice (1987) de García Montero, o puede ocurrir como en el discutido endecasílabo, por lo demás inicio de un poema excelente:

                    Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi…


Quizá piensan los de la experiencia que ya esté todo dicho, por eso juegan con la intertextualidad y la evocación; se facilita de este modo la función de comunicabilidad que le asignan al poema, pues en él se involucran, en una suerte de comunidad semántica, no sólo poeta y lector, sino también los ausentes que interactúan en ese diálogo propiciado; la memoria, singular en el poeta, pasa a ser la de todos, plural y colectiva. De algún modo, esta línea poética pretende retomar, en su afán de búsqueda de comunicación con cualquier tipo de lector, la poesía social; sin embargo, ha perdido la garra y la fuerza reivindicativa de los poetas de posguerra, por lo que se convierte en poesía burguesa de niño acomodado, en una melancólica o escéptica mirada sobre el mundo, la sociedad y las cosas, o en perfección formal de tono tristón, muy aburrido (el lector indulgente comprenderá por qué omito nombres).
La década de los 90 supone la consolidación de la poesía de la experiencia. Si hemos hablado de su estética, bueno sería que habláramos de su ética. Pero antes, echemos una mirada a los contextos políticos. Por de pronto, ha caído el muro de Berlín, al que ha seguido la debacle de la Unión Soviética; sin una contrapartida o un polo de oposición, el Imperio extiende sus tentáculos. Y, en España, socialmente se comienza a albergar la sensación de expectativas defraudadas: las cosas no han sido como deberían… ¿Se pueden seguir manejando ciertas dicotomías? Estamos a final de siglo y hablo de la sociedad tardocapitalista de Occidente, consumista, depredadora y con grandes contradicciones internas, marco bajo el que gravita la sociedad española y en donde, a su vez, se está produciendo otra nueva revolución, aquella que viene de la mano de la informática y la biología. Repito, por tanto, la pregunta de otra forma: En una sociedad tecnocrática, en la cual más del 70% de su población activa lo ocupa el sector terciario, y en la que el cálculo del interés y la productividad supeditan cualquier racionalidad a la sola razón instrumental, ¿se pueden seguir manejando las dicotomías de los poetas de posguerra? Hacerlo, aparte de ingenuidad, quizá supondría entrar en contradicción; por otro lado, no es menos cierto que cualquier poeta que se preciara tendría que tener valor para cantar las lindezas de ciertos políticos o la pacatería de otros. La oposición al sistema, asimismo, cuando una gran mayoría de representantes de la nueva sentimentalidad son poetas de cátedra, es decir, pertenecientes al mundo académico y consecuentemente funcionarios por oposición, parece, por lo tanto, poco viable. Y quiero señalar especialmente esta última circunstancia, pues no la he visto desarrollada en los críticos que se ocupan de estos asuntos; circunstancia que supone algo inédito, pues las generaciones poéticas anteriores (caso aparte la del veintisiete), en líneas generales se mantenían ajenas a este mundillo. Las consecuencias son obvias:
Primero, implícitamente desautorizados para la protesta a pesar de las banderas emblemáticas de algunos, optan por la retórica, se ponen de canto o simplemente miran para cualquier lado.
Segundo, si dicen cantar o expresar la vida en el poema, se constata en la mayoría de ellos (no en todos, por descontado) un divorcio entre poesía y vida, entre ética y estética, a no ser que entendamos por vida ciertos tópicos de barras de bares, juergas con amiguetes, consumo de drogas blandas, el ligue fácil, la gracia insulsa, el café de la mañana, el paseo por la tarde, las putas haciendo la calle, la mierda, este mundo, las listezas del poeta cantor (y encima víctima), el aburrimiento y cosas de este estilo, por descontado.
Tercero, de esta manera fue fácil clavarles el rejón a los Novísimos, pues desde ciertas azoteas, que no atalayas, es más fácil controlar los premios literarios que dan dinero, así como hacerse con determinados foros, cargos o subvenciones. Es la estrategia de la lucha.
Cuarto, al ser sus círculos de influencia más o menos anchosos según la posición de poder adquirida, también estilan la depuración sistemática entre sus propias filas; aparecen así, a modo de pactos de sangre, ciertos loobys excluyentes, los que para un observador imparcial resultan demasiado evidentes.
Dicho lo anterior, traigo a colación una anécdota, risible a la vez que patética. Un poeta, aunque vigoroso, conocido tan sólo entre pequeños círculos, y al que para no ofender llamaré Trepario Retrepa, decidió hacerse famoso utilizando cualquier tipo de artillería. Haciendo de pelotillero y limpiachaquetas, comenzó a gastar grandes sumas de dinero de su bolsillo en encuentros de confraternización; invitaba a poetas y críticos de ésos que andaban en el candelero, y tras la consabida conferencia o lectura de poemas, les suministraba ese plato tan típico, panacea de la cocina mediterránea: la paella. Invitaba a paellas a diestro y siniestro. Como no era tonto, su objetivo lo tenía claro: untar debidamente la maquinaría del jurado para conseguir uno de los premios de importancia nacional, con el cual obtendría el espaldarazo definitivo... Pero qué tristeza al regresar de uno de sus viajes a Valencia. Qué oprobio. Se le cayó la venda de los ojos. Le habían dicho que todo era cuestión de tiempo y debía esperar en la cola.
Saltando el siglo, la hegemonía de los de la experiencia comienza a cuartearse, no tanto porque, aun a pesar de sus luchas intestinas, no les falte poder para sobrevivirse y, en consecuencia, hacer daño a otras maneras de enfrentarse con lo poético que no pasan la salvaguarda de sus cánones (las que hay y siempre ha habido), como por la insistencia repetitiva en temas cansinos y desgastados que ya no suscitan ninguna emoción en el lector. No obstante, sería ingrato, también faltar a la verdad, no admitir que esta línea poética ha dado excelentes y hermosos poemas, pero sus epígonos, careciendo del vigor necesario para mantener la intensión prolongada de su estética (la que desconocen, da esa impresión), mutan hacia lo grosero como tópico o al feísmo como hallazgo, y faltándoles referencias ideológicas o filosóficas caen, muchas veces, en una vulgaridad plana.

Se aprecia, por otra parte, la emergencia de una serie de poetas que optan por una poesía más reflexiva, más aforística, más insondable y con sensibilidad más refinada; frente a la exterioridad de lo cotidiano, exploran éstos nuevos la interioridad de la consciencia y, junto a lo íntimo emotivo, involucran la inteligencia en un sistema complejo de símbolos. El último Valente, Cirlot o Francisco Pino, por ejemplo, pueden ser sus referentes próximos, y, saliendo fuera de los fuertes y fronteras, cabría remontarse al arco que va desde los dos Paul, Celan y Vàlery, pasa por Rilke y Eliot, y hunde sus raíces, entre otros, en Trakl y Mallarmé. La página en blanco (o en negro) como final de poema es un reto para ellos; convierten la poesía en gnosis o sistema introspectivo de conocimiento, danza rítmica y sagrada, epifanía de acontecimiento, tal que apunta a lo que se ha llamado el silencio, principio y final de toda musicalidad o palabra. De esta línea poética, soterrada, poco emergente hasta ahora, pero vigorosa para cualquier observador atento, citaré únicamente como muestra, aunque se podrían multiplicar, a Clara Janés, y de ella propongo estos versos de Fractales (2005):

¿Por qué no tomas mi mano
con la tuya
y la devuelves al signo?
 He aquí un papel negro
que espera
la explosión de nuestro tacto
para arder
en el fuego del espíritu.

Si algunos de estos otros poetas prosperan (o los dejan prosperar), y puesto que a su escritura, por posicionamiento propio, sólo puede acceder un público minoritario, sería prematuro dilucidar la repuesta que dan a la cuestión que proponíamos al principio. Hay que insistir, en este sentido, en que no es conveniente adelantar cierto tipo de declaraciones, pues nunca se sabe.
Así como Juan Ramón Jiménez, frente a los poetas de su generación, supuso una individualidad propia; del mismo modo, Eduardo Chicharro o Carlos Edmundo de Ory como valedores del postismo, o una personalidad tan sólida como José Luis Hidalgo, no podrían someterse al canon de la línea hegemónica del cuarenta; lo mismo ocurriría con Claudio Rodríguez frente a los del cincuenta y con Leopoldo María Panero con los del sesenta. Y si hablamos de los poetas de la experiencia, habría que poner de relieve el contraste que supone la originalidad de Julio Martínez Mesanza al proponer una poesía épica, o la de José Ángel Cilleruelo al atender a una ética de la descomposición, al mero juego de los significantes; el mismo García Montero debería ser debidamente matizado, aun siendo poeta de cátedra.

En referencia a las producciones penúltimas (en poesía, es conveniente hablar así), el bosque queda demasiado cerca y su espesura no deja ver los mirlos blancos que cantan bajo el sombraje de sus árboles. Nunca me atrevería a hacer juicios de valor sobre nadie, pues cada poeta, aun asumiendo una determinada estética, posee una voz propia y tiene derecho a su individualidad; dicho con otras palabras: su ética o su convicción política siempre dependerá de una opción personal. Tampoco pretendo simplificar una realidad que en sí misma es demasiado compleja; de ella he presentado algunos de sus trazos más manifiestos, siempre discutibles. Por lo demás, me ha parecido que no era mi labor, ni tampoco ético por mi parte, oficiar de turiferario de turno sin más pago que la estupidez.



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                              Jesús Cánovas Martínez©

jueves, 5 de febrero de 2015

REPASO A LA SITUACIÓN I

El artículo que aquí traigo, Repaso a la situación, dividido en dos partes de cara a su extensión quizá excesiva para la que reclaman las entradas de un blog, se publicó en la revista, nombrada en otras ocasiones, Lunas de papel, dirigida por José Cantabella. En tal artículo me pongo las botas de siete leguas y procuro una visión panorámica de la poesía producida en España durante las últimas décadas, eso sí, desde cierto ángulo de comprensión: ¿Qué función cumple la poesía, si es que cumple alguna, en el contexto social?
El artículo salió a la luz hace unos años, antes de que sufriéramos esta crisis tan devastadora que no sólo zarandea nuestros bolsillos sino también nuestras conciencias. Algo ha mutado en el tiempo histórico, y a la velocidad del relámpago, para volverlo más negro aun de lo que cabría esperar; sin embargo, las ideas que en el artículo se vierten, incluso después de tan dramático giro de la historia, las sigo asumiendo, y es más, aunque sé que para algunos podrían ser chocantes, las considero válidas. Son ideas abiertas a la discusión (indudablemente, al diálogo), y, por tanto, no definitivas. Siempre que alguien me convenciera de lo contrario, estaría dispuesto a rectificarlas.




REPASO A LA SITUACIÓN (I)


1

Decía Nietzsche del hombre que es animal fantástico y de tarde en tarde necesita conocer su origen; análogamente, haciendo una transposición de lo antropológico a lo poético, surge de vez en cuando una pregunta en la mente de los poetas. Es aquella sobre el sentido de la misma poesía en el mundo. ¿Qué función desempeña ésta dentro del contexto de los diferentes discursos o saberes?, y más aún, ¿qué función social cumple, si es que cumple alguna?
Para situarnos en un espacio que podamos identificar, España, y en un determinado momento (sin entrar en disquisiciones de mayor calado histórico), comencemos por la década de los cuarenta del siglo pasado. Así, esta pregunta acerca del lugar de lo poético tuvo una respuesta específica en una serie de poetas de la primera generación de posguerra. Por citar a dos de las voces más significativas, Blas de Otero y Gabriel Celaya, herederos directos de cierta impronta machadiana, responden con un grito de denuncia ante la realidad social. La función de la poesía consiste en contar lo que ocurre, referir sin tapujos ese estado de alienación de grandes masas de población, aherrojadas a la miseria, a la negación de su esencia y a la deshumanización consecuente. Por eso, desde la angustia que les produce tal situación, buscan el diálogo con otras consciencias, el hermanamiento solidario con los oprimidos y desheredados, pues solo así, piensan, se puede evolucionar hacia la consecución de un hombre nuevo que establezca las adecuadas relaciones interpersonales en un mundo, a su vez, definitivamente liberado de cualquier tipo de esclavitud. Como término la paz, la justicia, el rescate de la dignidad humana y, haciendo una suerte de permutación para referirnos a Fukuyama, el final de la historia, o quizá el paraíso en la tierra, según alguna tesis de corte clásico.
¿Ahora bien, después de la realización utópica, qué cabría seguir esperando puesto que se ha tocado el fondo?, podríamos preguntarles. No hay respuesta; están presos en la dinámica de la lucha. El poeta, responden ellos, es hijo de su tiempo y su palabra discurre en el tiempo, por tanto, ante una realidad tan infausta como la que viven, hay que dejar de lado cualesquiera otro tipo de indagaciones o funcionalidades y centrar el esfuerzo poético en la transformación de la realidad social, tarea que se lleva a cabo situándose al lado de los marginados y mediante un compromiso de lucha para derribar las estructuras anquilosadas de la alienación. A título de ejemplo, es conocido el poema paradigmático de Gabriel Celaya en que opone la poesía pura de los neutrales a la poesía impura de los comprometidos. El poeta debe ser un ingeniero del verso, y con su palabra debe llevar a cabo una acción transformadora del mundo, así que “la poesía es un arma cargada de futuro expansivo”, en cuanto instrumento de la praxis social. Son los Cantos Íberos, de 1955, vértice, auge y caída de la poesía social. Blas de Otero, sin entrar en otros matices, con un gran desangelamiento poético se decanta en el mismo sentido que su compañero de generación, con una poesía impura, quebrada, de desarraigo y denuncia; su tema fundamental: España (aquella España que le dolía a cierto pariente suyo). Ambos poetas, como es sabido, se comprometieron ideológicamente con el Partido Comunista y vivieron su militancia bajo la espada constante del riesgo, lo que les honra; la poesía, en ellos, asume una coherencia sin fisuras con la vida y la heroicidad se desprende de esta misma asunción ética.

En los poetas de los cincuenta, ya hay algo que ha mudado. Al igual que los inmediatamente anteriores, sienten que viven en un país de dicotomías: a la genérica de burguesía/proletariado, se le adosan por concomitancias con el momento histórico las de adictos al régimen/expatriados o perseguidos, beneficiarios del sistema/marginados, garcilasianos/poetas sociales… Pero, por otro lado, en ese binomio poético en el que interactúan emoción/inteligencia, deja de pesar la emoción desmedida, el desarraigo o la visceralidad hasta el grito y la violencia, para vascular hacia los guiños de la inteligencia que propicia la ironía y el distanciamiento de una situación; la guerra se diluye como tema del pasado y ahora se afilan las armas contra la misma burguesía beneficiaria del sistema. Se ironiza sin apasionamientos, se juega con el coloquialismo, se involucra al lector en el poema con un sistema de guiños del yo con el tú, con el nosotros; se distorsiona, se parodia y, aunque también aflora la ternura por los desprotegidos, no nos engañemos: son poetas burgueses con conciencia de burgueses que arremeten contra los burgueses; el marginado, aunque despierta la simpatía y conmiseración, ya no se siente tan próximo. Y las consecuencias se desprenden de este posicionamiento, pues poesía y vida se desvinculan; de esta forma, la ética, como efecto, quedará únicamente referida al poema. No va a importar ahora tanto el poeta, quien alberga en sí mismo una mala conciencia por haber accedido a ciertos privilegios, como su acto, el mismo poema, y por derivación, el único objeto moral; algo que implícitamente conlleva la claudicación ante una eticidad de vida. Gil de Biedma, con gran honradez y sinceridad por su parte, increpa En el nombre de hoy a sus compañeros de viaje:

…a vosotros pecadores
como yo, que me avergüenzo
de los palos que no me han dado,
señoritos de nacimiento
por mala conciencia escritores
de poesía social…

Significativa es la anécdota de la denegación de ingreso en el Partido Comunista a Gil de Biedma por homosexual, aunque quizá haya que pensar que había razones de mayor peso para tal rechazo. Al leer a los poetas de este grupo, la sensación que se tiene es de derrota, la constatación de que se ha perdido la posibilidad de mover algo. Y, curiosamente, a esta generación se la siente como más triste que la inmediatamente anterior. En esta constelación de temas e ideas, J. A. Goytisolo escribe Los celestiales (del poemario Salmos al viento, de 1958), seguramente al abrigo de Celaya, y con sentido de racionalidad evaluatoria, no reñida con la ironía y la tristeza, expresa su distancia ante los garcilasianos (estilo, por ejemplo, José García Nieto), quienes miran para otro lado y terminan hablando de Dios por no referirse a la realidad social de su momento:

…asomaron los poetas, gente de orden, por supuesto…

Señalo, sin embargo, y antes de seguir con esta exposición, que a Dios también increpa Blas de Otero con desmedida incontención… Pero volviendo a la realidad del 50, curioso es que entre los veinticuatro poemas seleccionados por el mismo Goytisolo para la Antología personal, publicada en 1997 por Visor, no aparezcan Los celestiales. Sí aparece, por el contrario, Palabras para Julia, uno de esos poemas afortunados capaz de justificar por sí solo a un poeta, del que entresaco una estrofa:

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será tu patrimonio.


Por esa inercia o manía del tiempo a no estarse quieto, surge en la década de los sesenta, una nueva generación de poetas que se consolidará con la antología publicada por Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, de 1970. La realidad social que viven estos poetas es algo diferente a la de las generaciones anteriores. Cierto auge económico del que se benefician los humildes corre parejo a una apertura del régimen, la dictablanda, preludio de la inminencia del cambio político; es la España de los Planes de Desarrollo Económico que adopta como referente a Europa. Los Novísimos suponen una ruptura con la poesía social; la ley del péndulo reinvierte las tendencias. Herederos de reverberaciones modernistas y simbolistas, impactados por el arte pop y las nuevas tendencias musicales, cinéfilos empedernidos y con un gran bagaje cultural, frente a la función de denuncia que le otorgaban a la poesía las generaciones anteriores, buscan tan solo el preciosismo expresivo; la sonoridad de la imagen por oposición al prosaísmo de los sociales. La estética triunfa sobre la ética, y la inteligencia asume a la emoción. Por el camino se han perdido algunas cosas: la ética, para los poetas del cuarenta, está en la vida que se expresa en el poema; la ética, para los del cincuenta, está en el poema pero no en la vida; el poema, para los del sesenta, es ajeno a la ética y esta puede correr por cualquier derrotero de la vida; la expresión de la ética, en conclusión, está en otros foros diferentes al poético. Así que pueden sonar de nuevo las trompetas de Darío, el son de los clarines, los excesos verbales y la aspiración a la belleza pura; la máscara transformista se erige sobre un gran aparato imaginístico de sonoridad de fuegos y brillantez visual: el poema es únicamente declaración de la estética:

Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos,

preciosísimo alejandrino de Pere Gimferrer que da inicio al poema Oda a Venecia ante el mar de los teatros, del libro emblemático de la nueva tendencia, Arde el mar, de 1966. No me sustraigo a la tentación de transcribir otro inicio de poema del mismo poemario, Primera visión de marzo:

                                   ¡Transmutación!
                                                                       El mar, como un jilguero
                                   vivió en las enramadas. Sangre, dime…


En los años setenta, época de la transición, tenemos, pues, tres generaciones poéticas que conviven y entran en conflicto acerca de la función que debe asumir la poesía; y añadimos, hay también una cuarta generación, que está formándose y se hará de notar en la década siguiente: los poetas de la experiencia. A la vez que se reeditan libros de los del cuarenta y se redescubre, vía Sudamérica, a los del veintisiete, se incendian librerías en Madrid y Barcelona. Época de conflicto y expectativas: Carrero vuela por los aires en el 73, muere Franco en el 75, Alberti desembarca en Barajas desde su cuartel de Italia en el 77,  Vicente Aleixandre recibe el Nobel ese mismo año y, luego de pasear Santiago Carrillo con peluquín por La Castellana, se legaliza el Partido Comunista. Los poetas otrora clandestinos salen a la calle; hay como un fervor… Recitales multitudinarios, Raimon, Serrat, Paco Ibáñez, cantautores al asalto y poetas musicados… Algo cambia o se mueve. Se estrena La Constitución.

 (continuará)
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                                   Jesús Cánovas Martínez©