domingo, 15 de marzo de 2015

JUAN DE ARGUIJO, HOMENAJE

Fue un perfecto inútil. Hombre contemplativo y poco dado a la acción, en los negocios poco hizo a derechas, por lo que terminó dilapidando la inmensa fortuna que de su padre había heredado. Los acreedores lo persiguieron con insania, los amigos lo dejaron, y, con el fin de que no le metieran en prisión,  tuvo que refugiarse, casi al final de su vida, en una casa de jesuitas. Si alguien me preguntara por un prototipo de poeta, sin lugar a dudas lo elegiría a él. Porque se entregó a la poesía en cuerpo y alma: Fue poeta y mecenas de poetas, y aunque los críticos lo han tildado de poeta menor, compuso un manojo de sonetos bellísimos que a mi entender se encuentran entre los mejores de la producción del barroco.  La escuela herreriana en él llega a su apogeo. Yo lo imagino como un hombre fundamentalmente bueno. Aquí dejo un modesto homenaje a su figura:



JUAN DE ARGUIJO, HOMENAJE


I

La fortuna con esmero amasada por el padre
útil sólo es de trabajo,
pues gallarda la figura, sutil el ingenio,
el tráfago mercantil elude, las gradas de Sevilla.
Los complicados asuntos financieros
no son para el que suspende sus labios de las musas
y opone al mercar ladino
el afortunado don de la palabra, su tersa indiferencia,
y más le tienta el certamen de las rosas, el lance literario.

Como Llavero Mayor de la Alhóndiga
–por ganancia evento en suma que le vale
para el futuro copiosos enemigos–,
con estrépito fracasa.
Que la versátil fortuna rueda y es mudable
común es de acuerdo, tópico y harto evidente:
no son eternos los hombres ni los cargos,
la fama y el dinero al punto allegado
se desploman la ladera abajo.
Pero aún el padre vive,
las tierras de ultramar siguen siendo ricas,
luctuosos dividendos se ingresan y el oro llueve a latigazos.

Ni le importa ni le tienta la política
–que distiende la sonrisa solapada
en el discreto adosado como amigo–,
tampoco el poder, la vana sombra efímera que el aire avienta,
y del amor los senderos
custodia la amable doña Sebastiana
dulces en su corazón:
son mitológicas damas las que Don Juan corteja,
el tierno verso cargado
de equilibrio excelso y bello, de armonía.
Otra fortuna él persigue, que decanta sin reservas:
“la de poetas y músicos y decidores”.

Para la fiesta ataviado y la galanura,
muerto el padre, en la casa recibe la tertulia;
se le antoja poco el gasto excesivo
y gasta de lo que tiene aún más,
los sancionadores ojos que pondrían freno a tal dislate
ya no existen, leve tierra los acoge.
Cómicos Don Juan contrata, festejos organiza
–Sevilla de gala ciertamente se ha vestido–,
y en los poéticos certámenes miembro indispensable
se lanza a una carrera donde el peculio recibido
peligrosamente merma y decrece: dilapida y gasta,
y aun socorre jesuíticas empresas
a la caridad en orden para con el débil, el enfermo, el desvalido.

A este despilfarro vano coto con el consejo
intentan poner algunos, que la bondad a veces
tiene premio; vano asunto:
vacilante en un mar duro, embravecido,
abatido cae al fin por hambrientos lobos.




II

Le vemos en la Profesa Casa
como huésped no molesto de la Compañía,
donde medita y pasea por el patio ameno.
Opaco estorbo del mundo no suponen los bienes,
ni el tumulto arrebatado le molesta
al son bueno de las aguas que cantan dulcemente,
entre setos de verdura, a la sombra del magnolio;
la codicia le es aún más ajena,
ajeno él al ordinario enredo de los apuntes y las cuentas,
a ceniza reducida tal espina,
la lujuria y el oro, el miedo y el odio mismo.
Los caros amigos le han dejado solo
en esta hora al parecer donde el silencio pesa
y se agradece el amigo brazo, una charla amiga,
un gesto circunstancial o siquiera
el tan preciado moral apoyo; no importa.
Ante la paz en el claustro que se respira,
de los antiguos al lado tan sonoros vates,
no hay precio alguno ni quita al sesgo de la balanza
unos gramos que enriquezcan o lastimen tal dispendio.
Su alma sosiega y enaltece
de su corazón adentro el templo ardido,
y son Ícaros o Dafnes, Apolos,
Orfeos, Didos o Venus,
los que transitan en suave calma
por la hoja en blanco, que en breve apunte anota
con su grave mano, templa y cumple poema.

Interior de su morada
ilumina llama viva:
de sí mismo adentro busca para hallar afuera
lo que en gracia y don convierte.
Don Juan, señor Veinticuatro de Sevilla,
pule el soneto, tañe la vihuela.


Del libro Transluminaciones y presencias.

Jesús Cánovas Martínez©

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