viernes, 18 de noviembre de 2016

CON MI RECONOCIMIENTO

Queridos amigos: Iba a introducir este poema con su pertinente glosa, pero después he pensado que, a pesar de lo mal que está escrito —¡qué tipo de bodrios pude producir cuando intenté acercarme a la poesía social y sus secuelas!—, su fondo es elocuente por sí mismo y no necesita de mayores comentarios, salvo quizá el de dejar claro que sentir desprecio por quien no se tiene aprecio no constituye mayor falta, máxime si ha dado sobrados motivos para ello.
El tiempo tiene algo de ilusorio y de ficticio; los esquemas, por consiguiente, se repiten de manera cansina hoy tanto como ayer. Tal consideración la tengo entendida y ganada en mi haber, y así puedo decir que siempre que he ido a un nuevo ambiente he procurado (indudablemente, también por timidez) mantenerme en mi sitio, pero, oye, de alguna manera u otra ha salido el Miguel Cagarrutio de turno que ha jodido la cosa. El poema que os propongo, cuando llego a la mayoría de edad o eso espero, hace alusión al tema, y en él se expresa el reconocimiento debido a tantos y tantos individuos forjadores de mi carácter. Escrito hace ya un tiempo y publicado en los 3 Encuentros con la Poesía (Ciudad de Águilas) —encuentros y libro, por cierto, que tuve el honor, junto con mi buen amigo Pedro Javier Martínez, de coordinar y compilar—, supongo que llegó al público al que puede llegar una tirada de mil ejemplares. Andábamos por el año 1999. Hoy en día sigue vigente (al último Cagarrutio se le ha ido un tanto la mano); así que, disponiendo de un medio del que no se disponía hasta hace muy poco, lo doy a las redes y caminos de Internet. Que circule.




CON MI RECONOCIMIENTO
(ENSAYOS DE POESÍA SOCIAL)

                               De tus mismas palabras nacerá tu enemigo.
                               Todo tiene su dorso, su revés, su mentira.

                                                      José Moreno Villa.


Observado de cerca, a ver cómo me muevo,
qué digo, con quién me junto o alío,
no he de escatimar mis repartidas gracias,
mi sabroso gesto, mi desencanto, mi hastío
a ésos
cuyo escupitajo chorrea la mentira.
Han dictado sentencia: “¡A ése, que lo aparten! ¡Por indeseable, qué lo aparten!”,
y zarandean el cascabel hiriente, la lengua bífida,
su ojo de carmín y sangre inyectado.
Sembrado han de sal el campo y las fuentes
cristalinas de veneno,
para que habite la muerte, tan sólo
la muerte… la muerte…

Tengo que reconocerlo,
y les voy… mejor, os voy a dar una alegría,
emboscados amigos exquisitos
—disculpad por este nuevo tono confidencial que adopto,
pero así os siento más cerca, a vosotros, reconocidos—:
habéis tirado la piedra y las ondas
reverberan en el estanque, múltiples, ligeras,
mas irreparables y sin remedio.
Tan primoroso desvelo puesto en la difamación
y la calumnia,
ha dado su fruto.
Quedo yo así
aislado como indeseable, como apestado,
envuelto en lepra o heces o podredumbre… signado, mendigo a la puerta
de quien todo el mundo tiene derecho a hablar y opinar,
todo el derecho a decirlo todo;
y donde no los hubo se levantan ahora
obstáculos y barreras, fosos, y los espinos
se erizan.
Habéis vendido mi honra,
traicionado mi respeto,
ultrajado mi nombre,
pateado en gratuidad mi vida
y, si algún favor os hice, onerosamente pagado
lo habéis.
¡Estad contentos!

Ahora, cercado de noche,
 ahora que a los míos también les salpica, les allega el estigma y los colma
la burla, la risa… ahora…
—perdonadme—, ahora…
pienso inútilmente repetido
que ni comimos ni estudiamos juntos.
¿De qué me conocíais?… ¿Algo os debía?…
¿Qué grave error de tacto
o tino cometí?…
Os inferí, ¿qué tipo de ofensa o descortesía?…
¿De qué era sospechoso?…
¡Decidme, vosotros!

Mas ya no espero explicaciones;
vano, por tanto, sería mi lamento:
de haberos antes reconocido,
tal vez… Pero, no;
tras rápida reflexión entiendo
que sois de esa canalla que crucifica al inocente
y de beber da cicuta al sabio.
Por tanto, a pesar vuestro, me dignificáis.
Porque en una cosa habéis acertado:
no soy como vosotros.
Así que me engrandecéis, os lo repito,
aunque tampoco os lo agradezco.
De vosotros, nada;
ni siquiera ese elogio indirecto
que al parecer se os escapa.

Zafarme de vuestro raposo trato he de agradecer,
al fin ha sido un alivio.
La baba lastimosa que os pende
intacto ha dejado lo esencial,
y os desprecio.
Os despreciaré ahora y siempre.

Con mi reconocimiento.



                               Todos los derechos reservados

                               Jesús Cánovas Martínez@ 

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