SEGUNDA
PARTE. APROXIMACIÓN A LA ANGELOLOGÍA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO.
A un novicio
le dispensan sus superiores de cantar en el
coro de los ángeles para que pueda dedicarse al estudio. Como
agradecimiento ese novicio escribirá años más tarde, con el rigor que
caracterizarán sus escritos, un tratado sistemático sobre los ángeles. Aquel
novicio no era otro que Tomás de Aquino, y su tratado sobre los ángeles
aparecerá en la primera parte de la Suma
Teológica, obra culmen de la Escolástica medieval. Casi cincuenta años
después de su muerte, acaecida el 7 de marzo de 1274 en la abadía de Fossanova,
será canonizado por el papa Juan XXIII el 18 de enero de 1323. Posteriormente,
el 28 de enero de 1369 —siendo papa Urbano VI— sus restos mortales serán
trasladados de Fossanova al convento dominico de Toulouse, donde actualmente
residen, y por esta razón la fiesta litúrgica de santo Tomás se celebra el 28
de enero y no en la fecha de su muerte. Más tarde, el 11 de abril de 1567,
santo Tomás será declarado por el papa Pío V Doctor de la Iglesia, y precisamente por su estudio y teoría de los
ángeles se le conocerá como el Doctor
Angélico. León XIII, el 4 de agosto de 1880, lo
proclamó patrón de todas las universidades y escuelas católicas.
Chesterton con su habitual agudeza, y no sin razón,
opinaba que cuando se quiere desmerecer a alguien cuyos méritos son indudables,
sus enemigos reducen sus aciertos a la parte más insignificante de su obra,
como si sólo se hubiera ocupado de problemas de segundo orden frente a los más
importantes. ¿Obedece el título de Doctor
Angélico conferido a santo Tomás a este tipo de añagaza con la finalidad de
empequeñecerlo?
Veamos.
Conocido era el carácter del santo, un hombre humilde que nunca rebajó la
dignidad de nadie —no así la capacidad intelectual de sus oponentes— y cuyo
trato, como señalan sus biógrafos, era enormemente agradable. En este sentido
es de destacar una anécdota interesante. Un hombre grande para la época, de una
inteligencia brillantísima —al final de su vida dio gracias a Dios porque había comprendido toda página leída— y
poco hablador, no tardó en levantar recelos entre quienes le trataban, hasta el
punto de que sus compañeros de la universidad de París le pusieron el zaheridor
apodo de el buey mudo. Pero, ¡hete!,
que en la universidad parisina Tomás tenía por profesor a uno de los grandes,
Alberto Magno. Echado un vistazo por el insigne maestro a los apuntes de clase
de su no menos insigne discípulo, contestó a los que malquerían al joven Tomás:
“Vosotros lo llamáis buey mudo, pero os
digo que un día los mugidos de este buey resonarán en el mundo entero”.
Así, cuando el maestro se fue a la universidad de Colonia, se llevó al
discípulo consigo.
Hay, pues,
razones para considerar a santo Tomás como Angélico.
Por un lado, una forma de ser y una dulzura de trato que podríamos llamar angelical, como angelical también era el enorme poder de su inteligencia; por otro,
a quien, tras la experiencia extática que tuvo unos pocos meses antes de su
muerte, estimó como paja todo lo que había escrito sobre Dios —tanto que a
partir de ese momento dejó de escribir y la Suma
Teológica la tuvo que concluir su secretario y biógrafo Reginaldo de
Piperno—, no podía sino coronarle una humildad angélica. Aún más, santo Tomás es el escritor medieval, y no sólo
medieval, sino de todos los tiempos, que más páginas ha dedicado a lo largo de
toda su obra a clarificar el tema de los ángeles, de tal manera que se
constituye en el fundador de una angelología que perdura hasta nuestros días y
es, en gran medida, asumida por la Iglesia.
Sin embargo,
las razones anteriores, por sí solas, no son suficientes para invalidar
cualquier sospecha sobre la conveniencia o no de la adjetivación al título de
Doctor que porta el Aquinate. Les falta ésta otra: la teoría sobre los ángeles
es una pieza fundamental de su teología racional, más aún, es una pieza
fundamental e imprescindible de la arquitectura de su sistema, una exigencia
del mismo.
Señala
Etienne Gilson, uno de los estudiosos más eminentes del tomismo, que la
doctrina sobre los ángeles no constituye una investigación de orden
exclusivamente teológico, sino filosófico. Santo Tomás se ocupa de los ángeles
porque se ocupa del orden de la creación en su conjunto, por eso la angelología
es algo inherente a su sistema e intentar hacernos una imagen cabal del mismo
sin referencia a ésta, sería mutilarlo innecesariamente. De este modo, santo
Tomás se ocupa de los ángeles por lo mismo que se ocupa del hombre. El hombre
es el ser que se sitúa en el centro de la creación, pero así como por debajo de
él hasta llegar al mineral, hay órdenes de lo real más bajos en lo creado, de
igual manera entre el hombre y Dios no existe un abismo, sino que ese mundo
intermedio está lleno por los ángeles, ellos también sometidos al orden y la
jerarquía.
¿De dónde
parte santo Tomás? ¿Hay evidencias sobre los ángeles?
La creencia en
los ángeles es un dato de fe que se apoya en los testimonios de la Escritura.
Lo expresa el Credo cuando establece como verdad de fe que Dios Padre creó los cielos y la tierra, lo visible y lo invisible. Esos cielos —lo invisible— hay que entenderlos como alusión a una creación
no meramente material —la tierra—, esto es, a una creación inmaterial,
puramente espiritual: esos cielos serían el mundo angélico.
Este dato de
fe de la creencia en los ángeles a su vez se apoya en el testimonio bíblico de
sus las apariciones. En el Antiguo
Testamento se manifiestan en diversas ocasiones: los ángeles visitan a
Abraham y le anuncian que Sara —ya estéril— concebirá un hijo, el arcángel
Rafael acompaña a Tobías, Ezequiel los describe cuando tiene la visión de la
Rueda. En el Nuevo Testamento el arcángel
Gabriel anuncia a María su concepción por parte del Espíritu Santo, Jesús en
Getsemaní es consolado por los ángeles, un ángel anuncia a las mujeres la
resurrección de Jesús ante el sepulcro vacío, san Pedro es liberado de la
prisión por un ángel; asimismo san Pablo hace referencia a los mismos en
algunas de sus Cartas. A los nombrados, se les podrían añadir otros ejemplos.
Al
testimonio de la Escritura hay que añadirle la referencia que de ellos hace la
Tradición. Los seres del mundo intermedio no sólo aparecen en el contexto de
las religiones del libro, sino también en religiones tan alejadas de la
cristiana como el zoroastrismo o las del antiguo Egipto. Con los matices
pertinentes se podría hacer alusión al hinduismo, al animismo e incluso al
chamanismo. Los seres angélicos pueblan las creencias religiosas de todo tipo. Dentro
del ámbito cristiano aparecen con frecuencia en las hagiografías de los santos
y no se sustraen al tratamiento sistemático que de ellos han hecho algunos
santos Padres, entre los que cabe destacar al Pseudo Dionisio Areopagita quien
en su tratado Sobre la jerarquía celestial, los agrupa en
tres tríadas de tres coros cada una de ellas: la primera, compuesta por los
coros de los serafines, querubines y tronos; la segunda, por los coros de las
virtudes, dominaciones y potestades; la tercera, por los coros de los
principados, arcángeles y ángeles.
No menos importante resulta la consideración
de las vivencias existenciales. Cierto que éstas pertenecen al mismo sujeto que
las vive, pero tampoco deja de ser cierto que son muchos sujetos los que las
han experimentado. Si un hombre actual, debido al empobrecimiento que en
cuestiones de cualidad ha sufrido la visión del mundo, puede ponerlas en duda,
no ocurría lo mismo para un medieval que todavía no tenía la mirada deformada
sobre ciertas cosas. Los ejemplos en sentido positivo de estas experiencias
abundan, aunque también los que muestran un sentido negativo de las mismas. Santo Tomás se apoya en
la negatividad, y del hecho que a veces sintamos el mal como un exceso,
concluye que tanto mal no puede provenir del hombre, sino de algo o alguien que
efectivamente le supera en maldad, esto es, de los ángeles caídos.
Para santo
Tomás, y utilizando su terminología, el mal tiene causa en lo que se refiere al
agente, pero carece de causa formal en cuanto es privación de bien, y de causa
final, en cuanto es privación del orden a su debido fin. Dicho con otras
palabras: Dios, en cuanto que es perfecto, no es el principio de los males,
esto es, no es su agente; de Dios solamente puede provenir el bien por su
propia perfección. Por tanto, en lo que se refiere al agente, el mal sólo puede
provenir de un agente que esté en defecto —el hombre y, especialmente, el ángel
caído—; por consiguiente, el mal causado por defecto del agente, sin forma ni
fin, no es sino perversión y negación del bien. Dicho lo cual, el mal nunca puede realizarse
totalmente o ser completo, ya que si fuese completo se destruiría a sí mismo,
por lo que siempre está en defecto respecto al bien y no puede prevalecer
contra él.
Dejando a un
lado el problema del mal y volviendo al hecho experiencial de las presencias angélicas,
Karl Rahner opina lo siguiente:
“Cuando
en la naturaleza y en la historia aparecen huellas de inteligencias y fuerzas
volitivas extrahumanas, es metodológicamente falso calificarlas eo ipso y por principio de manifestaciones
inmediatas del Espíritu divino. Si el ángel tiene una naturaleza, tiene también
una realización natural de su esencia, y no se ve por qué ha de ser imposible a
priori que esa realización incida en la esfera de la existencia humana”.
Por último,
la razón filosófica postula a los ángeles como intermediarios entre Dios y los
hombres; en santo Tomás se aúnan así teología y filosofía en el esclarecimiento
de esta temática. Los ángeles son una verdad a la que accedemos por la fe; pero
también su existencia viene exigida por la filosofía en cuanto que, en el orden
de lo creado, ocupan un lugar entre el hombre y el Ser Supremo. Aristóteles y
Averroes, su Comentador, ya ponían
inteligencias a la base del movimiento de los astros como una exigencia de la
física; para santo Tomás, filósofo del orden, el mundo angélico viene exigido
por el orden jerárquico del cosmos. El supremo grado de ser es Dios, simple y
uno, por lo que no es posible situar inmediatamente por debajo de Él la
sustancia corporal, compuesta y divisible. Hay que establecer necesariamente
una multiplicidad de términos medios por los cuales se pueda descender de la
soberana simplicidad de Dios a la multiplicidad de los cuerpos materiales.
Algunos de estos grados estarán compuestos por sustancias intelectuales unidas
a los cuerpos, los hombres y seres corporales; otros estarán compuestos por
sustancias intelectuales libres de toda unión con la materia, los ángeles.
De este modo
razona santo Tomás sobre la existencia angélica:
“Es necesario admitir la existencia
de algunas criaturas incorpóreas. Lo que sobre todo se propone Dios en las
criaturas es el bien, que consiste en parecerse a Dios. Pero la perfecta
semejanza del efecto con la causa es tal cuando el efecto la imita en aquello
por lo que la causa produce su efecto, como el calor produce lo caliente. Pero
Dios produce a la criatura por su entendimiento y por su voluntad. Por lo
tanto, para la perfección del universo se requiere que haya algunas criaturas intelectuales.
Pero entender no puede ser acto del cuerpo ni de ninguna facultad corpórea, porque todo el cuerpo está
sometido al aquí y al ahora. Por tanto, para que el universo sea perfecto, es
necesario que exista alguna criatura incorpórea.”
Los ángeles existen:
son seres totalmente incorpóreos, es decir, espíritus puros, que en el orden de
la creación están situados inmediatamente debajo de Dios. Dicho lo cual no se
debe perder de vista que son criaturas, seres creados; y, en este sentido,
mantienen una alteridad fundamental con respecto al Creador.
(continuará)
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Jesús
Cánovas Martínez©
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